Papegados

LOS PAPEGADOS INTRODUCCIÓN

Los papegados (collages) aquí reunidos se han montado con papeles pintados y réplicas de pintura del edificio indicado, fechado a mediados del siglo XIX y ubicado en la esquina de las calles San Telmo y San Dimas. Aunque de vez en cuando se siguen recibiendo comunicados del Ayuntamiento y de algún que otro centro administrativo dirigidos a San Telmo, 6, lo que corresponde a la entrada que queda de las dos que tenía el burdel de antes en esta calle, la casi totalidad del correo lleva ya años dirigiéndose a San Dimas, 10 – entrada construida en tiempos modernos para facilitar la transición de prostíbulo a casa de huéspedes.

Estos restos de papeles pintados se salvaron de las paredes y se guardaron durante las obras de restauración del edificio en 2002 y 2003, proceso que permitió también averiguar el color de las pinturas originales subyacentes.

¿Por qué este afán por unos papeles pintados y unas viejas pinturas? Son varios los motivos, y caben sin duda dentro de los parámetros de lo razonable. Pero resultaría precipitado abordar el tema desde esta perspectiva, comentando unos cuantos motivos que tan fácilmente respondan al análisis intelectual. Hay que empezar en cambio por la impresión que me produjo el edificio en los momentos en que María-José de la agencia inmobiliaria, preciosidad de mujer, me llevó a verlo. Nada más verlo desde fuera, le dije que no me interesaba – tan gastado, tan incoloro, tan anodino y triste me parecía. Pero ella se puso a llamar a la puerta, y al no tener respuesta siguió llamando, y a pesar de mis súplicas se empeñó en llamar una y otra vez, hasta que sucedió lo que tenía que suceder. La dueña asomó la cabeza por la abertura, e indicó que pasáramos. Entramos, María-José con ilusión, yo a regañadientes, y nos encontramos en el patio.

Parecía encajar con el exterior en cuanto a desgaste, saltando a la vista numerosos desperfectos como manchas en el suelo y humedades en las paredes, mientras que desde el patio se veía la montera con cristales rotos y algún que otro espacio donde faltaban por completo, además de malas hierbas que crecían alrededor. Desde el patio, sin embargo, no se veían todavía los dos puntales, los papeles pintados que se desprendían de las paredes, los ladrillos rajados y sueltos, el polvo de la carcoma expulsado no sólo desde armarios y sillas sino desde las mismas ventanas, puertas y vigas; eso se dejaría ver dentro de poco.

Pero ya había elementos que no encajaban y que no se habían anticipado, sobre todo desde la calle. Por ejemplo la acertada estructura tradicional del patio y del entorno de las plantas baja y primera, que hacían pensar en las casas del siglo XVI y XVII o en un Corral de Comedias de aquel entonces. Se trataba de aciertos en cuanto a perspectivas y proporciones, y del acierto de los contrastes entre el blanco de las paredes y el verde carruaje de las vigas y las rejas.

Mientras tanto nos esperaba Apolonia, la dueña, mayor y jubilada ya, sentada en el patio con toda naturalidad, callada, digna, y por fin risueña. ¿Qué le iba a decir? No sabía qué decirle, no sabía cómo reaccionar. El estado de la finca me desesperaba, aproximándose a condiciones de ruina para mí inaceptables desde cualquier punto de vista sensato. Pero mientras iba vacilando, como atolondrado, empezó a surtir efecto un no sé qué, una fuerza desconocida y una extraña sensación cálida nada desagradable del ser, que comentándolo con otros que llegaron posteriormente a conocer la casa, acordaron atribuirlo al duende. Éste no hacía más que desempeñar el papel que le correspondía en esta vivienda particular, antes casa de huéspedes, y antiguamente burdel. Es que la casa tenía duende, que no dejó de influir entonces, y que sigue influyendo hasta el día de hoy.

Así que el misterio de la casa llegó a adueñarse de mí, y el interés por los detalles de su contorno ponen de manifiesto mi curiosidad y agradecimiento.

Pero también es verdad que el interés por los papeles pintados respondía a otros motivos. Respondía al deseo innato del historiador-arqueólogo de documentar algo del ambiente por el que se deslizaron episodios humanos que nuestra sensibilidad social prefiere mandar al olvido. Respondía a un verdadero entusiasmo por el arte de los papeles pintados en cuanto a la elaboración de los detalles y de sus colores, a pesar de que los papeles repartidos en su totalidad por las paredes puedan aburrir y hasta molestar. Y respondía en principio a la necesidad de controlar el desarrollo de las obras de restauración – siempre que estuviera ausente Jerónimo, el aparejador que se vendía caro – sin provocar discusiones con Manolo, capataz excitable y reacio a las intromisiones. Así que acudía a la finca, y bajo pretexto de recoger unas muestras de los papeles pintados conseguía darles un vistazo a las obras y escabullirme rumbo a lo que seguía siendo mi domicilio en Beato Diego, donde arrimé el hombro poniéndome a lavar o limpiar, medir, cortar y pegar los papeles, evitando enloquecer por los disgustos que me propinaban las obras de San Dimas.

En cuanto a las pinturas, se han identificado cinco colores, lo que supone la primera capa de adorno de las paredes interiores: rosa, azul, gris, naranja y verde. El color rosa, delicado y cariñoso, tiene vida propia; el azul es un azul celeste, aunque no llega a ser intenso; el gris es el de un lodo geotermal de temperatura moderada, y ni claro ni oscuro; el color naranja recuerda la indumentaria budista a pesar de descubrir unos rasgos rojizos emocionantes, y el verde es un verde de gran delicadeza. Lo delicado del rosa y del verde hace pensar en colores pasteles, mientras que el azul y el gris son más enfáticos y el naranja aún más. Para reproducir estos cinco colores e introducirlos entre los papegados, se han buscado tonos lo más parecidos posible en cartulina actual.

Correspondientes a una segunda etapa de adorno hay ocho papeles pintados, representados de forma esquemática y en vertical (véase clave 4). Cada papel pintado tiene su personalidad, así que a primera vista el 1 sugiere la mujer fuerte y a veces alborotadora, el 2 la mujer tímida, misteriosa y tal vez acomplejada, el 3 alguien fuerte y confiado, susceptible de arrebatos violentos, el 4 la mujer resuelta, fina y formal, el 5 la mujer seria pero con unos cuantos rasgos femeninos de gran belleza, el 6 la mujer romántica, exótica, relajada y de fuegos latentes, el 7 la mujer elegante y hasta intelectual, el 8 la mujer preciosa, equilibrada, aunque con atisbos de frivolidad. Y cada uno de ellos se presta a consideraciones más allá de su personalidad individual, así que los hay que sugieren el cielo y la tierra, el alma y el cuerpo, el hombre y la mujer, la naturaleza salvaje y domada, el arte y la ciencia, y toda la gama de los humores y las emociones.

Y correspondientes a una tercera etapa de adorno hay nueve papeles pintados. Son de fecha relativamente reciente, y es probable que correspondan al momento en que se adaptara el burdel a una casa de huéspedes. Carecen de colorido vivo y se presentan más bien convencionales, pero los hay finos, elegantes, y con relieves delicados y sutiles. Puede que el color blanco que se ha aplicado a algunos papeles en tiempos recientes haya servido o para dejarlos más limpios o para prestarles un efecto moderno.

Cada papel pintado tiene sus características físicas o materiales – los hay difíciles de cortar por motivo del tejido del papel, los hay muy sensibles al manejo, y los hay de suma fragilidad donde los colores amenazan con despegarse o deshacerse del papel al tocarse. Ha sido posible recuperar cantidad de restos de algunos y bastante de otros, pero en algunos casos poco y en otro sólo unos centímetros cuadrados. Las pinturas, los viejos papeles pintados y los papeles pintados más bien recientes se encontrarán representados en las claves 1(pinturas), 2 (viejos papeles), 3 (papeles más recientes) y 4 (conjunto).

Hay que advertir que en las piezas 2:19, 2:20 y 2:21 se ha permitido que asome la cartulina azul oscuro de la base del papegado donde desempeña el papel de la Nada, y que en las piezas 2:26 y 2:27 se ha incorporado cristal recuperado del edificio para sugerir lo incomprensible y el misterio.

Por fin algo hay que decir respecto al desarrollo de estas muestras del papegarte. En la primera serie se empezó por ofrecer conjuntos representativos de todos los papeles pintados menos el 6 y el 8 que tardaron en descubrirse y de todas las pinturas menos el color naranja, que también tardó en descubrirse. Poco después se inició un programa que permitiera desarrollar y subrayar las características individuales de los papeles y de las pinturas uno por uno, lo que suponía hacer omisiones. La primera serie concluyó con dos cuadros donde los papeles y las pinturas eran los ingredientes en la presentación de unos conjuntos abstractos, seguidos de unas cuantas piezas redondas de posible uso doméstico. En la segunda serie se empezó tirando la casa por la ventana e insistiendo en el encanto de una pintura y de un papel pintado que habían tardado en descubrirse. Luego se pasó desde una pieza abstracta de índole oriental hasta dar con varios retratos conceptuales. Por fin se ha hecho un buen número de piezas donde los materiales se han empleado para sugerir temas sociales, filosóficos, espirituales, etc., y donde la presentación abstracta da lugar no sólo al placer visual sino a interpretaciones intelectuales. Y como en la primera serie, hubo un momento en que se crearon unas piezas de posible uso práctico, esta vez camisas para libros.

Preparar esta colección de papegados me ha dejado bastante contento, y hasta es posible que Jerónimo y Manolo me hicieran un favor. Y ahora, ojalá disfrute el espectador. Y ojalá se quede satisfecho el duende a quien tanto le debo.